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NO TE DIGO QUE PERDONES SIETE VECES, SINO HASTA SETENTA VECES SIETE”

La ley del perdón ilimitado

(cfr. Mt 18, 21-35. XXIV Domingo Ordinario, A)

17 septiembre 2023

Pbro. Raymundo Muñoz Paredes Basílica de Ntra. Sra. de la Caridad Huamantla, Tlax.

Muy amadísimos hermanos en el Señor Jesús:

La Palabra de Dios en este domingo nos invita a reflexionar en el tema del perdón

y la misericordia.

En efecto, después de haber reflexionado cómo tratar a un pecador que no se arrepiente, hoy el Evangelio nos enseña cómo actuar frente a un hermano que reconoce su falta y pide perdón por ella.

Sin embargo, en el caso de que tal hermano reincidiera, ¿cuántas veces hay que perdonarlo? ¿por qué? Veamos.

1. La tentación de reestablecer un muro entre justos y pecadores

El punto de partida de nuestra reflexión dominical es la pregunta de Pedro a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿hasta siete veces?” (cfr. Mt 18,21).

El Apóstol, por el sermón de la Montaña, ya sabe que los discípulos tienen el deber de perdonarse (cfr. Mt 6,14-15); sin embargo, habiendo recibido el ministerio de “atar” y “desatar”, se siente obligado a preguntar a Jesús acerca del alcance de la misericordia.

Pedro supone que el perdón debe tener un límite, tal como se sostenía en el judaísmo de entonces, donde se afirmaba que Dios perdona hasta tres veces el mismo pecado, pero no más. Por tanto, preguntarle a Jesús si sus discípulos deben perdonar al hermano hasta siete veces, era una propuesta que superaba la recomendación de los maestros judíos.

Sin embargo, Jesús va más allá. No hay que perdonar siete veces, “sino hasta setenta veces siete” (cfr. Mt 18,22), es decir, siempre. De este modo, aludiendo a la “ley de venganza” por Lámek, cuya muerte se reclamaría hasta setenta y siete veces (cf. Gn 4,24), Jesús establece la “ley del perdón sin límites”, que desmantela el mecanismo que regenera continuamente el pecado y la división entre hermanos. Notemos cómo la indicación de perdonar al hermano siempre, rechaza la tentativa de reestablecer un muro entre justos y pecadores, como lo quería Pedro, poniendo un límite al perdón.

2. ¿Por qué estamos obligados a perdonar sin medida?

Ahora bien, a fin de fundamentar el perdón ilimitado hacia el prójimo arrepentido, Jesús recurre a la fuerza y a la claridad de la parábola del siervo sin misericordia.

En una primera escena aparece un siervo que es llamado a rendir cuentas a su amo. De la investigación resulta que este siervo debía a su amo la sorprendente cantidad de diez mil talentos, una cifra irreal, puesto que cada talento tenía un precio equivalente a 36 kg. de plata. Al saber que el amo vendería a su familia, se postró ante él suplicándole: “¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo!” (cf. Mt 18,26). A oídos de un judío esto sería un motivo de risa, pues ¡la deuda era impagable! Para el amo, en cambio, esta súplica fue suficiente para compadecerse de él, soltarlo y perdonarle la deuda.

Se esperaría que este siervo, al encontrar a su compañero de trabajo que le debía únicamente cien denarios, le hubiera manifestado misericordia, pues era una deuda pequeña, equivalente a cien días de jornadas laborales. Sin embargo, aunque él también le suplicó paciencia, no quiso aceptar su petición y lo metió a la cárcel hasta que le pagara todo (en proporción, la deuda de compañero era solo 1/600,000, de lo que le fue perdonado).

Cuando el rey se enteró de lo sucedido, llamó a su servidor y le reclamo: “Siervo malvado. Te perdoné aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,32-33).

El primer siervo tenía una deuda “impagable”, pidió una prórroga y recibió de su amo misericordia. El segundo siervo tenía una deuda “pagable”, pidió una prórroga y no recibió misericordia sino justicia, ya que el derecho judío prescribía encarcelar a una persona para obligar a la familia a pagar la deuda.

Teniendo presente que el amo representa a Dios y el siervo de la deuda “impagable” somos nosotros, el perdón ilimitado hacia el prójimo se basa en que Dios nos ha perdonado una deuda enorme, mínima en comparación a las deudas de nuestros semejantes. De manera que el perdón al prójimo tiene su modelo y fundamento en el perdón divino.

3. Ser “misericordiados” para ser misioneros de misericordia

A partir de esta reflexión, ¿cómo proyectar el Evangelio del perdón en nuestra realidad y en nuestra vida cristiana? Si tomamos en cuenta que la vida es un don y una tarea, se dejan entrever dos ámbitos de aplicación.

a) Bautizados y “misericordiados”

En cuanto al don, hoy en día existe la necesidad de que todos los creyentes seamos “misericordiados”. Es cierto que en nuestras comunidades la mayoría

somos bautizados, sin embargo, ¿cuántos tenemos consciencia de que Dios nos ha perdonado nuestra deuda en el Bautismo y en la Reconciliación? Si así fuera, no seríamos tan arrogantes y faltos de caridad con nuestro prójimo. Quien tiene consciencia de que ha sido perdonado es humilde.

¿Por qué el primer siervo no fue capaz de tratar con misericordia a su hermano? Todo parece indicar que no hizo la experiencia de ser misericordiado. Su amo lo liberó de la deuda, pero él no se liberó del apego a los bienes materiales y así no pudo experimentar la bondad de Dios.

Por otra parte, la única razón por la que el amo perdonó la deuda a su siervo fue por un impulso espontáneo de amor. Por eso, la falta de misericordia del siervo perdonado, fue la causa de su condena. Si en un primer momento el siervo conoció la misericordia de su amo, después conoció también su ira: “¿No debías haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33).

Mucho se habla en la Sagrada Escritura del juicio final como el “día de la ira del Señor”. Y hoy venimos a descubrir su sentido. En el juicio final conocerán la “ira” del Señor, quienes en esta vida, habiendo recibió misericordia de parte de Dios, no hayan sido misericordiosos con sus semejantes.

b) Misioneros de misericordia

Respecto a la tarea, los bautizados debemos ser conscientes de que, el perdón gratuito e inesperado de Dios es la razón y el modelo de las relaciones en la comunidad de los discípulos de Jesús. Por tanto, una vez “misericordiados”, nuestra misión es reconciliar, es decir, ser portadores de la misericordia divina.

Notemos que esto constituye una exigencia esencial de la vida cristiana, pues, si bien es cierto que el perdón ilimitado de Dios antecede al perdón humano, el perdón humano es condición para recibir plenamente el perdón divino (cf. Mt 6,14-15). Ojalá hoy comprendiéramos, de una vez por todas, que el cristianismo es la religión del perdón, del amor y de la misericordia, y que somos verdaderos practicantes cuando perdonamos.

Pidamos a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de la Virgen de la Caridad, que nos ayude a experimentar la Misericordia del Padre, para que renunciando al odio y optando por el Evangelio del amor, nos transformemos en misioneros de su Misericordia.

¡Que así sea!

Ray Muñoz / BasilicadeNuestraSeñoradelaCaridad

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